PALABRAS URGENTES DESDE LA ZONA CERO DE LA DANA
POR ISRAEL CHIRA
(FICCIÓN)
Pese a la catástrofe del martes 29 de octubre ocasionada por la dana, por suerte, mi señora y yo, aunque vivimos a dos minutos de un barranco del Poyo endemoniadamente desbordado, con excepción de la copiosa lluvia que se filtró a través de las paredes y los tejados y dejó muebles y enseres mojados, no hemos recibido el impacto directo de la riada en nuestro hogar, inundaciones que en cambio sí se cebaron con numerosas viviendas, quintas, negocios, pasarelas, puentes, calles, coches, plazas, campos de cultivo, animales de granja, animales domésticos y, a la fecha, viernes 1 de noviembre, siete vidas humanas (aún hay un número indeterminado de desaparecidos).
A nivel comunitario, las víctimas mortales se elevan a 205, de acuerdo con las noticias que, con el restablecimiento parcial de la electricidad (la compañía eléctrica ha instalado grupos electrógenos para restablecer el suministro), al mediodía hemos podido ver en televisión. Curiosamente, cuando encendimos el aparato y sintonizamos el telediario había una transmisión en vivo desde Paiporta: en medio de la devastación, la población indignada lanzaba improperios y barro a los reyes, al presidente del Gobierno y al presidente de la Generalitat. Mi mujer, que es valenciana, exclamó que en su vida había visto algo igual. En mi mente reverberaba la medieval historia de Fuente Ovejuna que Lope de Vega adaptó, dramatizó e inmortalizó en el teatro del Siglo de Oro, obra que leíamos críticamente mis estudiantes y yo cuando era profesor de Literatura en mi país de origen.
Son días de angustia y desolación en Chiva, como en otras localidades de la provincia de Valencia. Hemos estado sin agua, sin luz, sin cobertura telefónica, sin combustible, sin gasolineras, sin supermercados, en fin, sin alimentos. Hemos estado incomunicados, aislados, asustados, hasta nos hemos llegado a sentir abandonados por el Estado, que debió estar presente desde el día uno de la tragedia y, sin embargo, recién hoy llega.
Con todo, le decía a mi esposa esta tarde mientras comíamos unos platos fríos, el feroz temporal no solo nos ha mostrado de golpe sus fauces mortíferas, sino que también nos ha revelado algo importante sobre la condición humana: hemos sido testigos, más allá de la bajeza de algunos pillastres que saquearon comercios y de los «errores» o más bien de los juegos políticos entre el Gobierno nacional y el Gobierno de la Generalitat Valenciana, quienes, por ejemplo, tardaron 12 horas en enviar el mensaje de alerta roja de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) a nuestros móviles, mensaje que hubiera salvado tantísimas vidas, o cuatro días en pedir el despliegue en la zona cero de la Unidad Militar de Emergencia (UME), hemos sido testigos, decía, de la grandeza del pueblo, un pueblo generoso y diverso, conformado por nacionales e inmigrantes, cristianos y musulmanes, africanos, chinos, indios, sudamericanos, un pueblo que, igualado por la catástrofe, se ha mostrado solidario con el prójimo en los peores momentos, poniendo el hombro, las manos y el corazón, cuando no los tractores y las herramientas agrarias, a falta de apoyo de las fuerzas armadas y de la maquinaria pesada necesaria para remover escombros y despejar las calles.
En tal sentido, a partir del día siguiente de las lluvias torrenciales y desbordamientos, hemos visto a nuestros vecinos intercambiando platos de comida caliente, latas de conserva, pan, agua embotellada, pañales, combustible, etc., preocupándose sinceramente unos por otros. Y desde el jueves hemos visto salir a una multitud de personas como si fueran batallones de hormigas (hoy me pude sumar después de comer; a los 65 años, me siento con energía y vitalidad renovadas) que marchaban por las calles armadas de escobas, cubos y palas. Confieso que me llena de emoción y esperanza haber visto a una gran cantidad de chavales trabajar a la par de la gente mayor.
Hoy es el cuarto día. Poco a poco vamos saliendo del estado de conmoción, recuperándonos del golpe letal de la riada provocada por la dana. Aunque lógicamente hay mucha tristeza y mucho dolor, sobre todo por las desapariciones y pérdidas de seres humanos que enlutan a las familias de la comunidad. Pero de esta caída, pienso yo, tenemos que levantarnos mejores y sacar al menos unas cuantas lecciones, le dije a mi compañera durante la cena como si fuera su profesor. En primer lugar, todos, sin distinción, deberíamos recordar que somos seres insignificantes y vulnerables ante los desastres naturales capaces de erosionar y derrumbar edificios y puentes, de arrastrar y destruir vidas y coches, de devastar y extinguir pequeñas comunidades o grandes civilizaciones como nos cuentan los libros de historia. Otra lección relevante: está demostrado, una vez más, que nadie se salva solo ante la debacle o tamaña adversidad, ante los golpes certeros del destino; puesto que vivimos en sociedad, la salvación será colectiva, creo yo, o no será. Una tercera enseñanza extraída de esta calamidad estribaría en reconocer y asumir que somos nosotros, las personas trabajadoras, nativas o de origen extranjero (por ejemplo, yo vine del Perú hace 20 años a trabajar), quienes mayoritariamente empujamos y echamos a andar el país; y, por eso, tenemos el deber y el derecho de exigirles a las autoridades democráticamente elegidas que antepongan nuestros intereses a los de las élites económicas y políticas.
En fin, dicen que en la desgracia grande se ve lo mejor y lo peor de la humanidad. Tras la peor gota fría de las últimas décadas (eso han dicho en la televisión), mi mujer y yo elegimos quedarnos con lo mejor que en estos días de trance hemos visto y vivido, y que sin duda dejará huella y será motivo de orgullo e inspiración para la posteridad (ella me dice que escriba y publique en las redes sociales un testimonio sobre lo acaecido; a lo mejor me anime a postear en un rato, aunque la señal de Internet es aún inestable, estas palabras urgentes que golpeo en el ordenador): me refiero a las imágenes indelebles que ha dejado en nuestras retinas la solidaridad encarnada, ese concepto vaporoso y su real encarnación.
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